5 feb 2008

El encuentro

Transcribo un texto que escribí hace unos 10 años... espero que os guste. Os advierto que es de alto contenido sexual, si no tienes 12 años no sigas adelante.

Voy a pensar en algo, algo excitante que ocurra entre dos personas que se quieren, que se aman. Algo que ellos no tengan previsto. Allá va.
Este texto no tiene ningún parecido por la realidad, y los sucesos que en él se relatan tan sólo son ideas producto de la imaginación, que no tienen por qué tener sentido fuera del contexto de estas palabras.


Mónica estaba estresada. Abrió su pitillera y se llevó uno a la boca, con la esperanza de apagar su ansiedad, entre bocanada y bocanada.
Era sábado, y ya sólo faltaban 2 horas para marchar a casa. Sólo quedaban ella y un compañero, peleando hasta el último segundo.


El ambiente de la oficina llevaba tiempo enrarecido, los malos resultados económicos de los últimos tratos comerciales hacían peligrar esa pequeña oficina, sita en un destartalado piso de Nueva York, que había conocido tiempos mejores. La pintura del techo se descolgaba a cada poco con la humedad que se colaba desde arriba. Cada día estaba más claro que todo se iba a ir al garete, haciéndose los competidores con todo el trabajo.
Trataban contínuamente de hacer aliados, de ganar poder en las finanzas para, mediante presión hacer torcer la balanza de su lado, pero un jefe incapaz de organizar su propia vida y la falta de recursos iban a conseguir que todos cambiaran de trabajo próximamente.
De sopetón se abrió la puerta del despacho de Ricardo, colega de Mónica en lo bueno y en lo malo, con el que compartía los escasos éxitos y los rotundos fracasos. Tenía los ojos azules, rasgos pronunciados pero algo infantiles que a ella la volvían loca por su aparente rebeldía, y un corte de pelo a la moda, muy estilizado y fresco. Parecía tener 20 años, pero otros detalles en su envoltura delataban su verdadera edad, 30.
Llevaba una camisa de seda blanca, que contrastaba con el moreno de su piel, producto del verano anterior, y que hacía destacar el blanco de sus ojos. Mónica se estremeció al verle entrar, impetuosamente, con la fuerza y el vigor que le caracterizaban. Ricardo le gustaba, cada día se sentía más atraída por él, por su aire intelectual aunque sereno, por su forma de expresarse segura y seria pero sin llegar a ser pedante, por la forma de mirarla que tenía, por la oculta dulzura en sus palabras.
Cuando se acercó hizo desaparecer esos pensamientos de su mente, y se dedicó a escucharle. Tenían que realizar unas gestiones urgentemente, si querían conseguir un pedazo de la tarta en un importante trabajo que se estaba moviendo últimamente entre las empresas de su sector. Pero ¿qué iba a hacer una pequeña oficina contra las grandes multinacionales? Cada vez que conseguían quitarles un proyecto una oficina de 20 personas como era aquella a una gran empresa, que a veces podía englobar todo un edificio, se montaba una pequeña fiesta para la ocasión, ya hacía tiempo de la última fiesta.
Recordándola, Mónica escuchó atentamente a su compañero, dispuesta a luchar hasta el final. Ricardo puso los planos que había a un lado del despacho sobre la mesa y que Mónica había ignorado hasta entonces, y le dió todos los detalles necesarios. Mientras hablaba se fijaba en sus labios, y notaba cómo su mano se posaba en su hombro, con suavidad, con delicadeza. No podía evitar divagar en sus pensamientos y desconectar de lo que él decía para escuchar sólo el movimiento de su cuerpo, las vibraciones que su cálida voz producía en sus tímpanos y su piel. Él cada vez se acercaba más, y Mónica palidecía temiendo que no supiera controlar sus instintos. Decidió echar la casa por la ventana y, abrazándole, llevó su boca hacia la suya, plenamente consciente de sus actos.
Durante esos segundos ella no podía dejar de pensar en cuánto le deseaba, en que si no fuera por él hacía tiempo que no estaría en esa cutre oficina, y... plaf!! la respuesta de él fué tan grata como esperada, el abrió su boca viéndola venir y sus brazos se mezclaron con los de ella. Siguieron besándose sin parar, en un torbellino de pasión que les hizo llegar hasta el despacho de Ricardo, cuya puerta un pie cerró tras de sí.
Mónica masculló: Aquí no podemos, ¿y si viene alguien?
- No hay nadie, confía en mí. Además, he cerrado la oficina...- respondió Ric
- Has pensado en todo, mi amor.
Ambos respiraban con fuerza, casi jadeaban. Pero no se dejaban llevar por las prisas, a Mónica le encantaba la manera en que Ric controlaba sus impulsos, llevando el placer al borde de la locura. La acarició, de esa forma tan especial, por encima de la ropa primero y luego por debajo de la blusa, sin hacerla cosquillas pero consiguiendo que su piel respondiera ante sus estímulos.
Bajó su boca pasando por el dulce cuello, al que dió pequeños mordiscos, que a Mónica tanto le gustaban. Ella adoraba la manera que tenía en utilizar todo su cuerpo para hacerla sentir tan a gusto, tan feliz. Cada extremidad había sido creada con un propósito, y Ricardo les sacaba partido como nadie. Le encantaba la forma que tenía de jugar con su lengua sobre sus pechos, a veces también las manos, y cómo conocía hasta el último rincón de su cuerpo.
Ricardo olía la humedad de ella, que amenazaba por empapar sus bonitas braguitas, así que se las quitó ágilmente, sorteando el obstáculo de su bien contorneado trasero, admirando la gloria de su cuerpo tembloroso, que yacía a pocos centímetros de él, impaciente por continuar.
[A Ricardo le volvía loco la suavidad de su piel bien cuidada, y contemplaba las curvas tan bien trazadas en el cuerpo de ella...]
Finalmente quedaron desnudos sobre la mesa, más unidos que nunca, mientras Mónica cabalgaba sobre Ricardo, moviéndose como si estuviera espoleándole, de esa forma que tanto la excitaba. Cayó agotada, pero Ricardo siguió jugando con ella, queriéndola, amándola, haciéndola subir al cielo, entre algodones.
Cuando Ric se cercioró de que ella ya había rozado el cielo, se centró en sí mismo y llevó sus deseos hasta el final, cayendo ambos al suelo, entre jadeos y papeles. Continuaron besándose con ternura...
Minutos después del éxtasis, se vistieron, y Ric, su marido, le hizo saber lo excitante y perverso que había resultado, y que llevaba tiempo esperando a que ella rompiera las reglas en la oficina. Le encantaba que después de 10 años de matrimonio siguieran haciéndolo con la misma pasión e intensidad. Ella le dijo que llevaba tiempo deseándolo, pero que nunca lo había deseado tanto, como aquel caluroso día.

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